Fran Carrillo
@francarrillog
Asesor político y director de La Fábrica de Discursos
Helena López-Casares
@helenacasares
En Caracas una gran capa tricolor cubre el recorrido que va de San Martín hasta Los Próceres. El asfalto no se aprecia. Todo es rojo, azul y amarillo. El pueblo se ha echado a la calle para acompañar a su presidente fallecido. En medio del dolor y del sufrimiento se escuchan consignas de lucha, promesas de seguimiento de la revolución bolivariana y vítores al comandante presidente Hugo Chávez. Estamos asistiendo a una gran movilización social. Estamos asistiendo a un momento histórico. Estamos asistiendo a la consagración de un mito.
Desde el desapasionamiento ideológico, es indudable que Hugo Chávez fue un apasionado presidente que despertó sentimientos dormidos, que se acercó a su pueblo y que fue capaz de provocar estados de ánimo. Su manera de dirigirse a los venezolanos impactó hasta tal punto que su muerte le ha dado más vida.
Porque Chávez no hacía discursos. Él era el discurso. Un torrente retórico incontenible que contagiaba de entusiasmo a las masas que le escuchaban. No siempre fue así. Un día, mientras estudiaba en la Academia Militar, aprendió qué era la persuasión: lograr que la otra parte realizara algún acto por su propia voluntad, convencida de la buena fe del mismo. Persuasión es identificación con la persona y el mensaje. Pero Chávez también aprendió la otra cara del concepto. Y entendió que era más rentable manipular que persuadir, inventar sobre los corazones que edificar razones en ellos. Y desde entonces transformó su conciencia, y ayudado por la situación política del país, por el asesoramiento de referentes intelectuales como Luis Miquilena y por el deseo de ser el nuevo libertador de la «América oprimida», decidió que su tiempo había llegado. Corría el año 98.
Desde entonces ha conseguido que millones de personas aceptaran sus mensajes sin plantearse la veracidad de los mismos, que aplaudan sus incendiarios discursos sin valorar el alcance social, político y personal de ellos. No importaba. Lo decía Chávez, «nuestro guía, nuestro líder», un militar que llegó a ser mesías mediante la palabra redentora. Para muchos venezolanos Chávez era su padre en el sentido más literal de la palabra. Nadie en la historia contemporánea de América Latina, salvo su mentor Fidel Castro y Perón en Argentina, lograba conmocionar las almas de sus compatriotas sólo con el vocerío de una garganta arrogante e incansable. Su verborrea siempre tuvo un principio y un fin: adormecer poco a poco las conciencias críticas mediante toneladas de cariño paternalista y desprecio al pensamiento disperso. Observar a millones de personas contemplar casi sin pestañear siete horas de emisión dominical es una experiencia que sometería al más convencido de los incrédulos.
[pullquote]Hugo Chávez entendió que era más rentable manipular que persuadir, inventar sobre los corazones que edificar razones en ellos.[/pullquote]
Chávez no era un gran orador. Ni siquiera podía decirse que fuera un orador. Era, simplemente, un excelente comunicador, un controlador de masas, un generador de emociones, alfa y omega de la voluntad ciudadana a la que ungía de un poder invisible a cada golpe de prosa incendiaria. Chávez ha hecho de sus discursos una fuente inagotable de estudio por su imprevisibilidad, su ilógica estructura, su nulo aparato racional. Cada mensaje era un golpe de efecto, porque siempre provocaba reacción en los suyos, muchas veces con peligrosa desmedida. Por eso podemos decir que con su muerte se va la figura que con sus palabras transformó una sociedad desapegada de la política a una que no sabe qué hacer sin ella.
Stephen Covey apuntaba que los cimientos del éxito en cualquier dimensión de la vida deben estar construidos con materiales sólidos y profundos, y que son los valores las raíces de las que fluyen las actitudes y los comportamientos adecuados para edificar un liderazgo responsable e íntegro. ¿Responsabilidad e integridad eran principios propios de Chávez? Sus seguidores manifiestan que sí y añaden un amplio abanico de valores a estos dos. Sus opositores no niegan que fuera un personaje carismático, pero no le otorgan una conducta ética. Sin embargo, ambas facciones están de acuerdo en la energía y el magnetismo de Chávez que tomaba forma en una cadena de transmisión vibrante cuando aparecía ante el mundo. Tanto seguidores como opositores lo califican de cercano y pasional. Tanto seguidores como opositores consideran que es irrepetible.
Como Hitler o Castro, en general como todo caudillo autoritario, las palabras definieron al personaje. Chávez fue lo que sus palabras le impulsaron. Porque lo que él decía en la Venezuela de los últimos quince años iba a misa. Palabra de líder.