En el mundo real las cosas nunca ocurren como si de una gráfica en forma de línea recta o, incluso, de perfecta curva se tratara. En el mundo real se pone de manifiesto la famosa ley del péndulo que dice que las tendencias en cultura, política y cualquier otro ámbito tienden a ir de un extremo a otro. En las cuestiones relativas al mundo empresarial no se produce una excepción. Hoy Olga Broto nos habla de innovación abierta.
Hace tan solo unos años la globalización era un fenómeno imparable. Hace tan solo unos meses, la palabra desglobalización fue incluida por Fundéu BBVA como finalista entre las palabras del año 2019, mucho antes de la actual emergencia sanitaria. Algo similar pasa en las organizaciones. La llamada transformación digital y, en general, los sistemas de información y las tecnologías, han dado la vuelta a las relaciones con el cliente, al aprovisionamiento de las empresas, a los modelos de negocio y, como no, a la forma de innovar de éstas.
Como consecuencia, muchas de ellas han cambiado sus procesos, pasando de constituir un sistema totalmente cerrado a algo abierto o, al menos, que transita hacia ello. Sin embargo, siguiendo con la aplicación de la famosa ley del péndulo, comienzan a aparecer voces que alertan sobre estos modelos y que empiezan a señalar que el futuro de la innovación es el contrario.
En el mundo real se pone de manifiesto la famosa ley del péndulo que dice que las tendencias en cultura, política y cualquier otro ámbito tienden a ir de un extremo a otro. En las cuestiones relativas al mundo empresarial no se produce una excepción.
El origen de la innovación abierta
El término innovación abierta fue acuñado en 2003 por Henry Chesbrough en su libro Open Innovation, donde ya se anticipaba que la complejidad del entorno requiere que las empresas cuenten con recursos internos y externos para innovar. El planteamiento era lógico, pensar que todo el conocimiento, habilidades y capacidades necesarias para ello estaban dentro de la organización era imposible. Por eso, se trataba de poder contar con todo lo necesario. Estuviese donde estuviese.
Esa forma “abierta” de innovar comenzó a adoptar formas muy diversas. Algunas eran sencillas desde el punto de vista conceptual, aunque no fueran tan fáciles de implementar: la clave estaba en escuchar. Para ello, se crearon plataformas ad hoc o se buceó en conversaciones que, de hecho, se estaban produciendo en entornos como las redes sociales.
Otras se basaban en aprovechar las ideas de terceros. Se daba un paso más allá de la observación. Se incorporaban soluciones que ya existían en el entorno y que habían sido desarrolladas por terceros, externos o internos. Estos últimos eran los profesionales que las empresas tenían en su propia organización pero que no compartían sus ideas con esta, o no se manifestaban porque no existían los canales ni los mecanismos apropiados para hacerlo adecuadamente.
Así aparecieron, en el primer caso, figuras como los fondos corporativos destinados a emprendimiento y, en el segundo, los programas para intraemprendedores que, con mayor o menor empuje, se han iniciado en muchas organizaciones. También las comunidades de co-creación podrían considerarse un mecanismo de este tipo.
Otra alternativa: los Hackathones
Dentro de esta búsqueda constante de posibles soluciones, desarrolladas por terceros, fueron apareciendo otras figuras como los Hackathones. Son iniciativas en las que profesionales, estudiantes o perfiles seleccionados para un reto concreto se unían durante un período de tiempo acotado, con unas metodologías determinadas para desarrollar una solución diferencial que partía, no solo de su conocimiento y sus habilidades, sino también de sus “ojos limpios” frente al reto a resolver. Lo que les permitía innovar con mayor facilidad.
Como muchos señalan, la innovación no es para expertos porque tienen en su cabeza una larga lista de todo lo que no es posible. Por ello, los participantes en un Hackathon pueden muchas veces resolver un reto que no ha sido resuelto por una organización porque desconocen que es imposible.
Ecosistemas de innovación
De la mezcla de ambos planteamientos nacieron otros términos nuevos como el scouting aplicado a la innovación. O lo que es lo mismo, el escuchar para localizar a aquellos proyectos o posibles partners en nuestro proceso de innovación.
Hoy se ha dado un paso más y son ya muchas las organizaciones que hablan de ecosistemas de innovación. Algunos los consideran la evolución de los clusters de innovación. En estos se aprovechan las ventajas derivadas de una concentración geográfica de empresas y agentes relacionados que compiten en el mismo sector pero que, a la vez, generan colaboración al desarrollar un entorno que atrae talento, conocimiento, inversiones, etc.
Sin embargo, los ecosistemas de innovación van mucho más allá. Pueden superar las barreras geográficas e, incluso, pueden construirse por una organización de forma diferencial respecto al ecosistema generado por otro de sus competidores, convirtiéndose en parte o en todo en su área o departamento de innovación.
Llegados a este punto, donde hemos pasado de una empresa que guarda como “su tesoro” cualquier innovación a este otro donde el área de innovación puede situarse más allá de la propia empresa, ¿debemos abrir o cerrar la innovación de la empresa?
Cada organización deberá tomar decisiones al respecto, pero lo cierto es que cerrar los ojos ante lo que ocurre a nuestro alrededor, pensar que podemos saberlo todo o considerar que la diversidad, incluso más allá de nuestras fronteras, no puede aportarnos valor, es una clase de ceguera que posiblemente no podamos permitirnos en un mundo tan complejo como el actual.
Sin embargo, esto no debe significar que no tengamos que desarrollar conocimientos, habilidades y capacidades diferenciales y propias en aquello que constituya nuestra ventaja competitiva. Tampoco nos exime de delimitar el beneficio que queremos obtener en este nuevo entorno, y las reglas del juego a aplicar para ello, porque el win-win no supone una ganancia similar para todas las partes implicadas, sino que requiere de un aumento de la tarta para que se produzca.
Sobre Olga Broto:
Con más de 30 años de experiencia profesional en puestos directivos en organizaciones de múltiples sectores, Olga Broto ha participado tanto en el lanzamiento de negocios como en procesos de crecimiento de áreas de negocio ya consolidadas, con foco en el cumplimiento de objetivos y en altos estándares de calidad.
Desde 2014 dirige Innova&acción, la apuesta por la innovación de la Fundación Politécnica de la Comunidad Valenciana, a la que se incorporó como directora en 2012, puesto que combina con la formación en entidades públicas y privadas. Gracias a su trayectoria, Broto se ha especializado en innovación, desarrollo de negocio, estrategia corporativa, nuevas tecnologías, CRM, clientes, consultoría y formación.
Olga Broto | Licenciada en Derecho en la Universidad de Valencia, es doctora en Cum Laude en Business Administration and Marketing por la Universidad Jaume I, Máster en International Trade Management por la UV, y MBA Degree en la IE University, entre otras especializaciones.