¿A qué nivel te mueves?

Pino  Bethencourt | 7 de septiembre de 2015

“Este tío no tiene nivel” es una expresión frecuente entre mis clientes. Y luego todos nos miramos con ojos de que nos ha quedado perfectamente claro lo más importante sobre el susodicho. Ya da igual qué ha hecho, dónde ha estado o qué ha estudiado, porque por muy interesante o brillante que resulte su historial, “no está en nuestro nivel”, ¿capici?

Este es el mundo en el que vivimos. Es un mundo compuesto de capas, clases y niveles. Por mucho que hayamos aplanado las jerarquías corporativas o eliminado las clases sociales. Siempre vamos a movernos en cierto nivel, por encima de unos y por debajo de otros. Solemos establecer esos niveles mediante todo tipo de criterios: inteligencia, formación, atractivo físico, abolengo familiar, patrimonio acumulado, popularidad social, experiencia o especialización, etc.

Una vez llegados a adultos nos esforzamos en llegar a los niveles más altos posibles en todas las categorías que se nos presenten. Y ya para la mediana edad nos ha quedado más o menos claro quién es quién, cuáles son las franjas discriminativas, y dónde nos movemos bien. Entonces el objetivo se transforma en mantenimiento. Hay que mantener los niveles conseguidos como sea, o por lo menos, disimularlos hasta no poder más.

Hay un área, sin embargo, en el que los niveles superiores no nos atraen en absoluto. Es un área en el que muchos se precian de no entrar nunca, y sin embargo es precisamente el ámbito que nos libera de volver a necesitar medir nuestro nivel con los demás. Me estoy refiriendo al abismo del inconsciente que todos escondemos entre oreja y oreja. Y yo, no me preguntéis cómo ni por qué, resulta que he acabado subiendo al Everest, o más bien, bajando al negro más negro y profundo de este misterioso océano de preguntas sin contestar.

Jung dijo que quien mira afuera sueña, mientras que quien mira adentro despierta. Y si uno es CEO, directivo o político de responsabilidad, estaría bien que dejase de soñar un poco a la competición de niveles entre coleguitas y despertase un rato largo, ¿no creéis?

Quien mira dentro, de hecho, acaba viéndole el plumero al más altanero de los nivelistas, porque quien conquista los niveles más profundos del corazón convence tanto, con tan poco esfuerzo, que siempre “tiene nivel” en todas partes. Precisamente porque ya no lo busca.

Y es que hagamos lo que hagamos, nuestro cuerpo comunica toda nuestra verdad a todo el que sepa observar. Hablamos en capas, nos comportamos en niveles y nos movemos en mil hojas. Todo lo que trascurre entre dos personas se saborea como las capas de una cebolla, y por mucho que unos se pierdan en la cáscara áspera e insípida de las palabras intercambiadas, los despiertos y los más viejos nos volvemos amantes de la sutileza, la mirada furtiva, el gesto a medias, el pie bajo la mesa y todo lo que pueda uno imaginar más allá en la oscuridad…

Contamos al mundo todos nuestros secretos con la mirada, desvelamos nuestros miedos con la voz. No podemos evitarlo. El pastel mil hojas de nuestra vida se ofrece bajo nuestras palabras en todo lo que llamamos comunicación no verbal. Poco importa en nivel externo que hayamos logrado conquistar en nuestra profesión o nuestra vida social, porque nuestro nivel como personas conquista toda competición sin necesidad de una sola palabra.

Los que nos atrevemos, por voluntad propia o por imperativo vital, a sumergirnos en los trasfondos del alma, necesariamente hemos tenido coraje. Forzosamente hemos sido valientes. Absolutamente hemos aguantado los dolores, los recuerdos, los sacrificios y los desamores. Es esta cadena de batallas del corazón la que nos ha puesto los galones, no en el pecho presumido, sino en el corazón discreto. Me dijo una vez un chamán que en el mundo de los espíritus se trataba en muy alta estima a quienes habían vivido en nuestro mundo porque se sabía lo difícil y doloroso que puede llegar a ser. Quien pasa por aquí, según esta creencia, decididamente “tiene nivel” cuando llega al otro barrio.

Es esto lo que más falta en nuestros líderes modernos. Francamente “no tienen nivel”. Las disputas patéticas que presenciamos a diario entre nuestros políticos se juntan con la desfachatez del CEO de Volkswagen y la poca vergüenza demostrada por más un banquero pillado con las manos en la masa. Las chiquilladas sin fin de los futbolistas, las modelos, los artistas multi-millonarios desprestigian sin remedio todas las marcas de lujo que tanto buscan contagiarse de su glamour.

¿Cómo podemos defender un modelo de capitalismo cuyos líderes no miran a los ojos? ¿Donde todo es Photoshop, voces digitalmente embellecidas y miradas vacías de responsabilidad o hermandad? ¿Qué clase de nivel es este? ¿Qué pensarán de nosotros, no ya los espíritus del más allá, sino nuestros propios hijos, nietos o bisnietos, herederos involuntarios de nuestra cobardía compartida?

Yo he renunciado a muchos niveles y muchas competiciones externas por explorar los misterios del alma y del inconsciente. Ya no me interesa nada el título, el patrimonio, los millones en el banco o el ranking familiar. Sólo me interesa la profundidad, la verdad, la humanidad, las cicatrices honorables del líder guerrero, plenamente comprometido con el presente y el futuro de los demás.

Por favor, queridos líderes, dejad ya de tirar balones fuera y hacernos pasar vergüenza ajena a diario. Mirad un rato hacia dentro y despertad aunque sea solo un poco. Olvidad los trucos de twitter, las técnicas de lenguaje corporal y las recetas de éxito. Sólo engañan a los bobos que no saben mirar debajo de las palabras. Confiad en lo auténtico, lo natural y lo profundamente sentido. Encontrad al héroe que esperabais ser de niños en el mismo lugar donde lo encerrasteis para “subir de nivel”.