La frase es de Xavier Marcet, pero podría haberla firmado cualquier líder que ha comprendido —por reflexión o a base de desgaste— que en la agenda no se escribe solo el tiempo: se escribe el rumbo.
Vuelve septiembre. Con él, los propósitos renovados, las prioridades revisadas, las reuniones aplazadas que ahora reclaman su lugar… y una agenda que, si nadie lo remedia, volverá a llenarse sola. Porque en el vértigo corporativo, el CEO no solo gestiona personas, decisiones o números: gestiona su tiempo, y con él, la calidad de su liderazgo.
Eva Ivars, CEO de Alain Afflelou, lo expresaba hace tiempo en LinkedIn con una honestidad poco habitual: “¿Tu agenda es un Tetris? ¿Y tu vida una Gymkana?” Su reflexión, inspirada en una sesión del IESE, recordaba una verdad incómoda: a menudo, lo importante no tiene hueco porque lo urgente lo ocupa todo. Y lo que no entra en la agenda, simplemente, no sucede. O sucede a costa del equilibrio personal.
La agenda como negociación diaria
“Gestionar el tiempo es una decisión consciente”, afirma el profesor Miquel Lladó en sus clases para directivos. Su propuesta no es llenar la agenda de tareas, sino convertirla en una herramienta estratégica. Reservar espacios para pensar, anticiparse, construir relaciones, plantear escenarios. “El primer bloque del día no es para apagar fuegos, es para trabajar en lo que requiere atención de calidad”, resume.
Tres reglas resumen este enfoque y lo acercan a lo práctico:
- El 10% intocable: reservar un mínimo de tiempo cada semana a lo importante y no urgente: estrategia, innovación, liderazgo.
- Las 3 P: prioriza, protege y programa.
- El primer bloque: dedícalo a lo que realmente transforma, no a lo que simplemente presiona.
Detrás de esta disciplina, no hay recetas milagrosas, sino autoliderazgo. Como recuerda Fabián González, experto en productividad y ponente del último Desayuno Canal CEO: “El nuevo coeficiente intelectual es la atención”. En un entorno hiperconectado, la atención sostenida es el nuevo superpoder del CEO.
Tecnología sí, pero con brújula
En su libro La agenda de cuarta generación, Fabián González propone una mirada integral: no se trata solo de ordenar tareas, sino de alinear la vida personal y profesional desde un propósito claro. “No basta con tener un reloj —dice—. Hay que tener también una brújula”.
Esa brújula es la que debería guiar la agenda del CEO. No para hacer más, sino para hacer mejor. Porque no se trata de estar ocupado, sino de ser relevante. Y eso, como bien señala Xavier Marcet en Management del sentido común, implica centrarse en pocos cambios de alto impacto y dedicar más tiempo a la sustancia que a la circunstancia.
La falsa productividad y el espejismo de las reuniones
Si hay un hábito que desafía el sentido común directivo, es la cultura de la reunión permanente. González lo llama “reunionitis”; Marcet, “el trabajo que no deja huella”. El diagnóstico es el mismo: demasiadas reuniones, poca reflexión previa, menos resultados aún.
¿Cómo evitarlo? Sistematizar. Distinguir entre lo necesario y lo que simplemente responde a la inercia. Porque, como recuerda Marcet, “hay quien trabaja sin respiro durante años, pero no recuerda ningún cambio diferencial”. No por falta de esfuerzo, sino por exceso de dispersión.
Septiembre: el mes para decidir quién manda, si tú o tu agenda
La vuelta del verano es el mejor momento para rediseñar con intención. Para poner por escrito no solo citas, sino decisiones estratégicas. Para decidir, como sugiere Eva Ivars, qué merece un lugar en tu agenda… y qué no.
Porque si algo define al líder humanista no es cuánto hace, sino dónde pone su atención, su energía y su tiempo. Si la agenda es la expresión práctica del liderazgo, entonces debemos dejar de verla como una simple herramienta de gestión. Es una declaración de prioridades, una narrativa del propósito, una brújula que, si no se calibra, puede desviarnos de lo que de verdad cuenta.