¿Qué pasaría si un CEO pudiera mantener la calma en medio del caos, decidir con mayor claridad y sostener un rendimiento alto sin caer en el desgaste? No hablamos de ciencia ficción, sino de una tendencia que gana terreno en la alta dirección: el entrenamiento cerebral.
Durante décadas, la formación de directivos se centró en la estrategia, las finanzas o la gestión de equipos. Hoy, la neurociencia añade una capa inesperada: la posibilidad de trabajar directamente sobre el órgano que sostiene todas esas competencias, el cerebro. Los beneficios que se reportan no son menores. Según la American Psychological Association, los programas de entrenamiento mental mejoran la regulación emocional, aumentan la capacidad de atención y reducen la incidencia de estrés y ansiedad. Y en el ámbito del liderazgo, estas mejoras se traducen en algo esencial: decidir mejor, liderar con más serenidad y mantener la perspectiva humanista incluso en entornos de alta presión.
De la teoría a la práctica: cómo entrenar el cerebro
En España, una de las pioneras en este campo es Ana Ibáñez, ingeniera superior y neurocientífica, fundadora de Mindstudio. Desde hace más de 15 años aplica protocolos de entrenamiento cerebral a equipos directivos, pilotos o deportistas de élite. “Nuestro cerebro es como una huella digital: se parece mucho, pero cada uno tenemos el nuestro propio”, explicaba en Canal CEO. Esa singularidad obliga a diseñar planes personalizados, apoyados en tecnologías como el neurofeedback, que mide en tiempo real la actividad eléctrica cerebral para reeducar patrones de concentración, resiliencia y gestión emocional.
Los resultados son tangibles. Tal y como recogía ABC Bienestar, en apenas diez o quince sesiones de neurofeedback se aprecian mejoras en la atención, la claridad mental y la calidad del sueño, factores que repercuten directamente en la toma de decisiones. A este enfoque tecnológico se suman prácticas más accesibles y de probada eficacia como la gimnasia cerebral: ejercicios que buscan estimular la plasticidad neuronal a través de retos cognitivos. Resolver problemas de lógica bajo presión de tiempo, realizar cálculos mentales, memorizar secuencias complejas o incluso entrenar la coordinación motora cruzada (ejercicios físicos que implican ambos hemisferios) son técnicas habituales que ayudan a reforzar la memoria de trabajo y la flexibilidad mental.
Junto a estas rutinas, disciplinas como el mindfulness y la meditación también han demostrado un impacto directo en la reducción del estrés y en la capacidad de mantener la atención en contextos exigentes. Un metaanálisis publicado en JAMA Internal Medicine confirmaba que los programas de atención plena reducen los niveles de ansiedad y mejoran la regulación emocional, dos competencias críticas en cualquier CEO.
El liderazgo en primera persona
El interés por estas técnicas no es exclusivo del mundo corporativo. En el deporte de élite, el neurofeedback se utiliza para alcanzar el “estado de flujo”, esa combinación de calma y máxima concentración que multiplica la eficacia en momentos críticos. El paralelismo con la alta dirección es evidente: CEOs y ejecutivos también deben decidir bajo presión, con el añadido de que sus elecciones afectan a equipos enteros y, a menudo, al rumbo de sectores económicos.
A nivel internacional, referentes como el neurocientífico español Álvaro Pascual-Leone, catedrático en Harvard, han demostrado que el cerebro mantiene su capacidad de adaptación a lo largo de toda la vida si se estimula correctamente. Esa plasticidad abre una ventana optimista: el liderazgo también se entrena, y no solo desde la experiencia o la formación académica, sino desde el propio tejido neuronal.
¿Por dónde empezar?
Para un CEO que quiera iniciarse, el camino combina tres pasos. Primero, diagnóstico: conocer en qué punto se encuentra su rendimiento cognitivo y emocional mediante pruebas específicas o evaluaciones clínicas. Segundo, protocolos personalizados con profesionales especializados en neurociencia aplicada, como los que desarrollan centros como MindStudio. Y tercero, hábitos cotidianos: incorporar rutinas de gimnasia cerebral, reservar tiempo para mindfulness, cuidar el descanso y practicar actividades físicas que estimulen ambos hemisferios.
En palabras de Ana Ibáñez, “entrenar el cerebro no es un lujo, es una inversión estratégica para liderar mejor”. En un mundo de complejidad creciente, esa inversión puede marcar la diferencia entre reaccionar con nerviosismo o responder con serenidad; entre dirigir con presión o liderar con propósito.






