En un mundo saturado de ruido, la diferencia entre opinar y tener criterio marca la frontera entre el ruido y la lucidez. En tiempos de inteligencia artificial, discernir se convierte en una forma de liderazgo.
Vivimos en una época en la que todos opinan, pero pocos piensan. La sobreinformación —esa constante marea de titulares, tuits, posts y podcasts— ha borrado las fronteras entre conocimiento y ocurrencia. Lo advertía Noemí Boza: “Todos tenemos opinión, pero sólo unos pocos criterio”. Y razón no le falta. En un escenario dominado por la inmediatez, las certezas se fabrican a golpe de clic.
El problema no es tener opinión —eso es humano, necesario—, sino confundirla con criterio. El criterio se construye. Exige escucha, lectura, contradicción y tiempo. Exige perder la prisa. En cambio, la opinión solo pide abrir la boca o deslizar el dedo sobre la pantalla. Cuanto más confundimos ambas cosas, más confuso se vuelve todo: la política, la empresa, la sociedad.
Hoy cualquiera puede levantar un altavoz global sin contrastar lo que dice. Y las redes, como espejos deformantes, multiplican sin filtro lo superficial. En este contexto, el CEO con criterio no es quien más habla, sino quien mejor escucha. Quien sabe separar el ruido de la música.
Según el Digital News Report 2024 de Reuters Institute, el 56% de los usuarios evita las noticias por saturación informativa. Y en ese desierto de atención, tener criterio se ha vuelto un acto de resistencia.
El valor del pensamiento pausado
“El cambio que nos lleva al futuro somos nosotros mismos en transición”, recordaba Xavier Marcet. Una frase que cobra especial sentido cuando la Inteligencia Artificial amenaza con uniformar nuestros pensamientos. Las máquinas generan textos perfectos, pero no pensamiento profundo. El criterio, ese raro tesoro, sigue siendo humano.
Peter Drucker lo anticipó hace décadas: “No hay nada tan inútil como hacer con gran eficiencia algo que no debería hacerse en absoluto”. Hoy podríamos adaptar la cita: no hay nada tan peligroso como opinar con brillantez sobre algo que no se comprende. La tecnología amplifica voces, pero no discernimiento. Por eso los líderes que marcan diferencia son los que piensan antes de hablar.
Josep Puigbó, periodista y referente de la comunicación empresarial, lo decía en una reciente conversación: “La comunicación sin reflexión se convierte en puro espectáculo”. Y en los tiempos del “todo vale”, los directivos que piensan antes de opinar son los nuevos disidentes. Ser prudente, sensato, coherente… se ha vuelto casi un acto revolucionario.
Como apuntaba Carmen Bustos, CEO de Soulsight y Premio DUX al Talento: “La conversación no deja de ser la tecnología más poderosa que tenemos los seres humanos”. Escuchar y conversar son hoy, más que nunca, formas de pensar.
Criterio: el nuevo músculo del liderazgo
Las empresas necesitan menos “opinadores” y más líderes con criterio. En la era de la inteligencia artificial, el criterio es la inteligencia natural que nos queda. Daniel Goleman, padre de la inteligencia emocional, defendía que el liderazgo no empieza por saber, sino por comprender: “La auténtica inteligencia consiste en comprender lo que se siente y lo que sienten los demás”.
Así, en un reciente encuentro del Club d’Economia de Lloret de Mar, junto a Josep Puigbó y Miquel Lladó, quedó claro que el liderazgo empresarial del futuro pasa por recuperar la pausa. “Pensar estratégicamente no es pensar rápido, sino pensar bien”, insistía Lladó, profesor de Estrategia en IESE y exCEO de Bimbo. No se trata de decir algo nuevo, sino de aportar sentido a lo que se dice.
El CEO con criterio no busca tener siempre razón. Busca entender mejor. En tiempos de polarización, la valentía no consiste en gritar más alto, sino en sostener el silencio cuando el ruido es ensordecedor. Según Simon Sinek, “los grandes líderes son los últimos en hablar”. Tal vez porque saben que escuchar también es una forma de pensar.
El discernimiento como ventaja competitiva
En las compañías más innovadoras, el criterio ya se ha convertido en un activo estratégico. Marcet lo resume con su lucidez habitual: “El management humanista busca la sensatez en la relación con las máquinas inteligentes”. Es decir, que la innovación no consiste en reemplazar el juicio humano, sino en complementarlo con tecnología ética y con propósito.
El reto de los próximos años no será tener más información, sino más discernimiento. La verdadera ventaja competitiva será saber qué datos ignorar. El pensamiento crítico se convertirá en el nuevo “soft skill” del siglo XXI, el antídoto contra la desinformación masiva.
Y los datos lo respaldan: según el World Economic Forum 2025 Skills Outlook, las capacidades más valoradas por las empresas no serán técnicas, sino cognitivas —pensamiento crítico, reflexión y juicio—, todas ellas hijas del criterio. La curiosidad, de hecho, cotiza al alza: LinkedIn detecta un 90% más de ofertas laborales que buscan personas curiosas. La verdadera ventaja competitiva no será tener más información, sino más discernimiento.
La polarización no solo afecta a la política; también infecta las organizaciones. Equipos divididos por egos, decisiones tomadas desde el impulso y culturas empresariales que confunden agilidad con precipitación. En ese contexto, el criterio es la brújula que permite al líder navegar sin perder el norte.
Pensar sigue siendo un acto de coraje
Tal vez la paradoja más bella del siglo XXI sea esta: en la era de la inteligencia artificial, el pensamiento humano sigue siendo el bien más escaso. Tener criterio no te hace más popular, pero sí más libre. Y en un entorno donde todos buscan tener voz, el verdadero liderazgo consiste en tener algo que decir.
Como decía Xavier Marcet, “liderar es apostar por la autenticidad que nos permite esquivar la mediocridad”. En definitiva, el criterio no se mide por lo que opinas, sino por cómo piensas. Y ese, quizá, sea el desafío más urgente para los CEOs que quieren seguir siendo humanos en tiempos de algoritmos.







