José Ortega y Gasset ya escribió allá por 1925 sobre los problemas derivados de la deshumanización del arte. Seguro que el genial filósofo español no auguraba entonces que esa deshumanización acabaría extendiéndose a la práctica totalidad de las relaciones humanas como consecuencia de una revolución tecnológica que ha reducido hasta su mínima expresión el contacto físico entre las personas.