Julio César tenía razón

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Miguel Ángel Luque Olmedo| Madrid

El cambio de escenario económico y social que se ha producido en los últimos años ha hecho replantearse desde todos los estamentos los enfoques y expectativas, de manera que se han tomado medidas desde el gobierno hasta los hogares, pasando por el mundo empresarial, para adecuar nuestra vida al nuevo entorno.

Que estamos en el corazón de una profunda crisis ya no lo discute nadie; que faltan años aún por recuperarse, tampoco. Todavía se plantean algunas dudas sobre el origen de la misma; que si el mercado inmobiliario, que si el financiero, que si la especulación, que si todo empezó en Norteamérica. Sinceramente, esto ya ha dejado de ser importante, porque la cruda realidad (paro y recesión, sobre todo) hace que las preocupaciones de la gran mayoría estén centradas en el día a día (en la operativa, que se diría desde el punto de vista empresarial), y no en el largo plazo (la estrategia se ha dejado para los políticos y para los empresarios).

Sin embargo, así como para innovar es condición necesaria la creatividad, para salir de la crisis existe otra condición mínima que habrá que cumplir: recuperar viejos valores que se han perdido y que sirven tanto como valores colectivos de una empresa, como de una familia o a título individual como forma o guía de vida.

En estos últimos años, y quizás sean éstos los verdaderos orígenes de la crisis, se ha valorado en excesivo la riqueza, el éxito medido en cantidad de dinero (la felicidad portátil, que diría Schopenhauer), y se han aplaudido (o al menos no se ha criticado) al especulador, al mentiroso y hasta al ladrón de guante blanco.
Pues bien, en la Sociedad del Conocimiento que tan felices se las prometía, con todo un “estado de bienestar” a nuestro servicio, se ha producido un efecto perverso: se han olvidado los valores que durante siglos han llevado a la humanidad a lograr, precisamente este “estado de pseudo-bienestar”. Estos valores tales como el esfuerzo, el talento, la honradez, o la recompensa por el trabajo bien hecho, han sido sustituidos

(menos mal que no en todos los casos) por la cultura del pelotazo, de la escasa cualificación, del “café para todos” independientemente del esfuerzo de cada uno, y también por la exaltación del éxito (salir en televisión, conseguir mucho dinero, aunque sea robado, difamar, o ser tertuliano sin tener los mínimos conocimientos del tema a tratar).

Desde las organizaciones, los que tienen responsabilidades de dirección deben predicar con el ejemplo e irradiar a toda la empresa los valores colectivos que han tenido durante años y que no pueden considerarse obsoletos: compromiso con el cliente, cooperación, independencia, prestigio, proyección social, compromiso con la seguridad y la salud de las personas, y desarrollo sostenible, entre otros. Esto debe traducirse en: premiar el talento y el esfuerzo de acuerdo con la valía y entrega de cada persona, fomentar el trabajo en equipo y la creatividad y, finalmente, distribuir de manera equitativa los beneficios (si los hay) entre todos los grupos de interés de la organización:

– Accionistas, cuya obtención de réditos está absolutamente fuera de dudas porque es necesario recompensar el esfuerzo inversor y el riesgo.
– Personas que trabajan en la organización, clave para las organizaciones orientadas a la innovación, que necesitan grupos adecuados de trabajo, equipos y herramientas, un clima que promueva la creatividad y la recompensa monetaria por su trabajo adecuada a su nivel de dedicación y esfuerzo.
– Clientes y proveedores, a los que no hay que “sacar hasta el último euro” sino que deben tenerse como verdaderos “colaboradores necesarios” para obtener, de manera conjunta, beneficios.
– Otros colaboradores, como universidades, centros tecnológicos, otras empresas o personas físicas que disponen del conocimiento que falta dentro de la empresa, porque hoy día no es posible abarcarlo todo por completo.
– Entorno social. El desarrollo empresarial debe ser compatible con el entorno, porque de esta manera nos permitirá ser sostenibles y perdurar en el tiempo.

Todos estos valores y el reparto equitativo de la riqueza no deben ser impuestos, deben nacer de la creencia y del compromiso de todos. Y esto es así incluso

pensando de una manera egoísta. Si queremos lo mejor para nosotros ese es el camino.
Con esa condición necesaria, pero no suficiente, con los valores, se puede construir la estrategia que no puede ser otra que Innovar, Cooperar e Internacionalizarse (I+C+I). Esta será la condición suficiente para sobrevivir y obtener ventajas competitivas. Las razones se explican a continuación:

• Internacionalización: al menos hay cuatro razones para salir fuera del país. Si sólo se actúa en mercados locales, pequeños cambios locales pueden llevar al traste nuestro negocio. En segundo lugar, es una cuestión de aprendizaje a través de la competencia con otras empresas e instituciones, con los mejores. En tercer lugar, supone una nueva fuente de información tecnológica, la que nos suministra el propio nuevo mercado y, por último, es una manera de diversificar el negocio y el riesgo.

• Cooperación: la gran asignatura pendiente de nuestra tierra. Hoy día no se puede entender un mundo sin alianzas estratégicas que te permitan incorporar competencias, valores y conocimientos que uno por si sólo es imposible tener. No se trata de repartir, sino de ampliar el modelo de negocio.

• Innovación: no se trata de una moda pasajera. Nada más lejos de la realidad. Innovar debe estar en el ADN de cada organización, porque para superar las inercias y las rutinas, se deben introducir cambios continuos a través de modelos de creatividad que permitan desarrollar nuevos productos, procesos y servicios que, en el mercado, sean capaces de aumentar el valor, el empleo, la productividad y la sostenibilidad.

Seguramente, el modelo propuesto puede resumirse, incorporando Valores, Innovación, Cooperación e Internacionalización (Vinci, Julio Cèsar, batalla de Zela) en una sola idea clave, la denominada “Innovación Abierta” Esto significa innovar con recursos globales y mediante procesos de cooperación nacional e internacional, sobre la base de unos profundos valores colectivos e individuales.

Por tanto, frente a las acciones individuales, concretas y reactivas, la Innovación debe ser un proceso abierto, colectivo, sistemático y proactivo que, junto a la Cooperación y a la Internacionalización, debe orientar el nuevo modelo de crecimiento económico y social y convertirse en la mejor alternativa para competir con éxito.