Cuando la salsa nos impide ver la carne

Helena López-Casares

@helenacasares

A veces las cosas están delante de nosotros pero pueden pasar de largo porque no reparamos en ellas o, quizá, porque desde el principio tenemos en mente que lo que pensamos es lo que vemos. O dicho de otra manera, proyectamos nuestro interior en el exterior y, a veces, por más que el entorno grite y nos muestre evidencias, lo que está en nuestra cabeza es lo único que nos vale.

Como sujetos, somos filtros que procesamos la información del entorno y la interpretamos de acuerdo a nuestro sistema de valores y creencias, que influye en el modo que tenemos de ver el mundo. La incertidumbre es una variable que tendemos a rechazar, porque tenemos una baja tolerancia al dilema, a lo desconocido, a lo que no somos capaces de dar una explicación.

Nuestro cerebro funciona como una cajonera, en la que metemos la información clasificada y etiquetada. Es decir, si percibimos algo que tiene cabida en el cajón verde lo metemos allí, con el resto de cosas verdes, pero cuando nos llega un impacto al que no somos capaces de darle una explicación, lo apartamos porque no podemos meterlos en ningún cajón, hasta que podamos darle una explicación y consigamos archivarlo en el lugar correspondiente. Pero lo que sucede es que a pesar de no saber, interpretamos. La razón se ha esgrimido antes: no toleramos la incertidumbre. Dicho en otras palabras, necesitamos darle un sentido y una explicación a lo que nos rodea. Puede que no tengamos información sobre todo, pero lo que siempre tendremos es opinión. Y aquí es donde puede generarse el conflicto.

¿Para qué vale la comunicación interna?

La comunicación interna desempeña una serie de funciones al servicio de la organización y contribuye a lograr un equilibrio entre todas las partes implicadas en la gestión corporativa. Por tanto, si los contenidos son significativos y de utilidad, si la información es oportuna, que no oportunista, si no trata de manipular, si se ajusta a la actualidad, si es creíble, constante y coherente:

· Permite a la empresa mantener la coordinación entre sus distintas áreas, contribuyendo a lograr los objetivos estratégicos.

· Ayuda a definir con claridad y exactitud las atribuciones y responsabilidades de cada miembro de la organización, limando roces y colocando a cada persona en un sitio determinado. Cuando alguien no conoce sus responsabilidades o cree que son otras distintas, se llega a un estado de caos difícil de gestionar.

Facilita la introducción, difusión, aceptación e interiorización de nuevos valores o pautas de comportamiento.

· Favorece las iniciativas y moviliza la creatividad porque los trabajadores se sienten identificados con el proyecto de la empresa, siendo parte activa de él.

· Contribuye a la mejora de la calidad de vida en la empresa y a su clima, aumenta la productividad y hace posible el compromiso de los trabajadores con la empresa.

· Atenúa los efectos negativos derivados de los rumores, el enemigo público número uno de la comunicación interna.

Pensamiento circular

La incertidumbre es el peor fantasma que puede existir en la empresa y debemos luchar por ahuyentarlo. No olvidemos que la comunicación interna se puede convertir en el mayor y mejor altavoz externo que una empresa puede tener y que los profesionales de la organización pueden actuar como verdaderas catapultas para difundir una imagen positiva.

Como decía el pintor francés Francis Picabia «nuestra cabeza es redonda para permitir al pensamiento cambiar de dirección». Si trasladamos este pensamiento a la empresa y permitimos que la comunicación fluya de forma natural en todas sus direcciones, conseguiremos un entorno sano, en el que todos nos convertiremos en protagonistas de la escena, y no sólo meros espectadores de las cosas que los demás deciden por nosotros.