En una sesión de coaching la directora de una reputada galería de arte me preguntó sobre el equilibrio de poder en la pareja. Yo dibujé un óvulo que ocupaba casi todo el folio, y al lado unos espermatozoides de centímetro y medio. Se partió de risa con un “¡me encanta lo literal que eres!”, y la pregunta quedó contestada. ¡Qué poco apreciamos la mezcla entre lo obvio masculino y lo oculto femenino en nuestra sociedad actual!
Este contundente equilibrio de fuerzas se da no sólo en la pareja, sino en todo lo que hacemos: Negocios, deporte, familia, amigos. No sólo entre hombres y mujeres, sino dentro de todos nosotros, entre la parte que funciona como un óvulo y la parte que razona como un espermatozoide. Aunque el espermatozoide se ilusione con su propia potencia, lo cierto es que no es nadie cuando por fin llega ante el óvulo, majestuoso, silencioso y sabio.
Esta clienta me relataba cómo había llegado cargada de expectativas y ensoñaciones triunfadoras a un evento que debía presidir. Se había pasado algunas horas imaginando lo bien que hablaría en su discurso y lo impresionados que quedarían los participantes con su sagacidad. Cuál fue su disgusto cuando descubrió que también intervendría en el panel un conocido archi-rival suyo. Un vendedor nato con mucha palabrería comercial que luego carecía de expertise real y nunca fabricaba bien su propia sobre-vendida moto. Mi cliente se retorcía de rabia al describirme la situación, como si fuese un espermatozoide acabado porque otro le quitó su ansiado premio. “Pero si te lo quitaron, entonces nunca fue tuyo…tan sólo imaginaste que lo sería”, diría la estrategia del óvulo.
Todos nuestros manuales de management y libros sobre liderazgo, emprendimiento o creatividad nos alientan a correr sin cabeza como pequeños espermatozoides. Debemos ser muy proactivos, respetar rutinas estrictas para maximizar nuestro rendimiento, competir como locos por llegar antes que los demás. Así nos seguimos desviviendo en el pensamiento cuando todo ha terminado, como mi clienta, pegándonos con el látigo de lo que debimos haber hecho, dicho o intuido.
Twitter y otras redes sociales muestran de un vistazo el clima generalizado de carrera ciega por llegar lo antes posible a no sé sabe muy bien dónde. “Cómo llegar al éxito”, “El secreto de blablablá”, “Triunfa con xxx”, y demás. Los que más pueden lo repiten quince veces al día para inundarte el pensamiento y agobiarte hasta que no te quepa nada más en la cabeza. Es un acoso y derribo típico del conquistador. Ese conquistador interno que arrasa con todo por llegar a su objetivo.
El óvulo, sin embargo, no corre a ningún sitio. Se deja encontrar. No se fija un objetivo y no se preocupa con quién inseminará su futuro. Su contenido es demasiado valioso para desperdiciarlo con oportunistas musculosos que no saben para qué han llegado tan rápido.
No. El óvulo sabe. Reconoce lo que tiene delante cuando lo tiene delante. Ya pueden llamar a su puerta cientos o miles de mequetrefes impetuosos, que sólo deja entrar a uno. A él. Al que encaja exacta y perfectamente con su propio ADN para cumplir una misión única, hermosa, memorable y significativa en la vida de todos quienes los rodean.
El óvulo vive gran parte de su vida en la oscuridad y el misterio. Sabe que si no llega el compañero adecuado morirá en pocos días. Toda su existencia, de principio a fin, está al servicio de la vida de los demás. No duda. No teme. No sospecha. No tiende redes manipuladoras. No se adelanta a su destino. Sencillamente vive cada momento como es. En la incertidumbre de un futuro lleno de interrogantes y en el caos del atropello colectivo al que lo someterán miles o millones de espermatozoides.
Esta confianza inquebrantable en nosotros mismos y en lo que será nuestro futuro es lo que más nos falta hoy en día. Corremos sin cabeza a todas partes, hablando a toda velocidad al móvil mientras entrenamos arduamente a nuestro cuerpo para que rinda lo más posible. Competimos como histéricos con otras empresas, con otros compañeros, incluso con nuestros propios hermanos. Como si nuestra vida fuese tan efímera y pequeña como un pícolo espermatozoide entre millones.
Llenamos el mundo de basura, residuo plástico y contaminación porque no sabemos seguir otra estrategia que no sea la del espermatozoide. La estrategia de la proactividad, el esfuerzo, la ansiedad, del intento desesperado. Es lo que nos han enseñado y lo que siempre hemos hecho. Aunque cada año nos cuesta más seguir corriendo tanto y temamos estar viejos o acabados.
Durante miles de años, sin embargo, los humanos aún nos dejábamos impresionar por los misterios de lo desconocido. Los adivinadores y videntes abundaban en todas las culturas antiguas del mundo porque estaban específicamente entrenados para comprender las dinámicas menos visibles de las personas y los acontecimientos. Era el momento óvulo, en el que el rey o líder tribal de turno se planteaba preguntas poco racionales para mirar sus retos desde otra perspectiva más profunda.
Entre los múltiples oráculos y herramientas de introspección que han influido el pensamiento de nuestros líderes históricos, el Tarot sigue presente en nuestra cultura occidental. Aparecido a finales del siglo XIII en el norte de Italia, el Tarot de Marsella reúne 22 cartas llamadas arcanos mayores que ilustran simbólicamente el camino de crecimiento espiritual en la vida. Y como todas estas cosas sutiles y poco científicas, sirven tanto a la introspección seria como al payaso canta-mañanas.
El arcano número siete es el carro. Evoca perfectamente el ansia conquistadora del espermatozoide. La carta muestra a un príncipe seguro de sí mismo en un carro tirado por caballos. Es la máxima expresión de potencia humana en toda su grandeza. El arcano diecisiete del tarot muestra a la estrella, simbolizando al óvulo y su estrategia carente de estrategia. La carta dibuja a una mujer desnuda, arrodillada frente a un arroyo con dos jarras que vierte en él. Es la primera figura sin ropa de los arcanos. La que confía tanto en su papel que no necesita disfrazarse de nada. La que ha purificado tanto su corazón que ya sólo sirve al mundo. Está enamorada del agua, de la tierra bajo su rodilla, del aire que la rodea, del pájaro que le canta. Vive para dar vida a quienes la rodean. Vive para amar.
Y es esta pareja, la formada por el conquistador y la estrella, la combinación más potente de creación en el mundo. El número siete, en su carro de noble y su corona de rey encargado de expandir los territorios para sus súbditos, se crece junto al número diecisiete, anclada en la Naturaleza con amor y dedicación. El exceso del uno se equilibra con el desapego de la otra. El castigo violento del competidor se ablanda frente al amor lleno de perdón y reconciliación de la sierva. Ella nunca va a buscarlo. Siempre es él quien la encuentra porque la necesita para dar sentido a su conquista.
El tarot, como tantos otros oráculos de adivinación, está lleno de simbolismo hermoso, mágico y oculto. Nos muestra aspectos de nosotros mismos que no sabemos vocalizar o poner en palabras hasta que vemos sus imágenes tan multiculturales. Nos conecta con todos esos personajes curiosos que viven bajo el umbral de nuestra consciencia, sólo asomando en nuestros sueños, temerosos de que los tomemos por locos esotéricos.
Te dejo, pues, con estas dos cartas, mis favoritas del bellísimo tarot de Marsella. Búscalas en google y déjalas a la vista en algún sitio para que te provoquen ideas, reflexiones y preguntas: ¿En qué momentos te comportas como un espermatozoide y en cuáles como un óvulo? ¿Qué te impide relajarte y confiar más? ¿Cuáles son los miedos y las dudas que te obligan a seguir corriendo o esperando o analizando escenarios cuando lo mejor que podrías hacer es respirar tranquilamente y dejar que corran otros?
Si no ocurre nada de lo que esperabas, ¿tan terrible será? ¿no habrá un efecto creador o de crecimiento en ti y en tus compañeros y seres queridos que ahora no puedes ver de tanto competir?
Aprendamos a vivir y hacer negocios con la estrategia del óvulo. El mundo se limpiará en un pispás. Felices fiestas a todos. Entrega, sosiego, confianza y mucho, muchísimo amor.