El despertar del talento dormido

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La vida está llena de pruebas. Si nos dejamos llevar por los pensamientos más pesimistas podemos afirmar que es una carrera de obstáculos, pero si nos proyectamos hacia la mejora debemos pensar que es un gran escenario de exploración, experimentación y aprendizaje.

Los deportistas de élite saben que su profesión implica riesgos físicos, que les obligan a retirarse en muchas ocasiones y truncan los sueños, pero no por eso dejan de superarse y de trabajar las habilidades físicas y mentales, que les ayuden a amoldar su actitud frente a la fatalidad. Es decir, un deportista de alta competición sabe que el fantasma de las lesiones están siempre presentes y debe aprender a convivir con ellas.

En agosto de 2009 la fondista española Marta Domínguez consiguió el oro en la prueba de 3.000 obstáculos en el Campeonato del Mundo de Berlín, batiendo, además, el récord de España (9’07”32). Justo un año antes, el 17 de agosto del 2008, tropezaba con el penúltimo obstáculo y se fue al suelo en plena final olímpica en los Juegos Olímpicos de Pekín. «Esta caída me va a hacer más fuerte para seguir», aseguraba la atleta en Pekín tras el doloroso tropiezo.

Mientras Marta caía y, con ella, las ilusiones de miles de aficionados, también en Pekín, otra atleta, la rusa Yelena Isinbayeva –premio Príncipe de Asturias de los Deportes 2009– se convertía en campeona olímpica de salto de pértiga y superaba el récord del mundo, que estableció en 5,05 metros. Curiosamente, fue eliminada ante el estupor del público en la final de pértiga femenina del Campeonato del Mundo de Berlín.

Realmente, la vida de los deportistas se podría definir como una especie de ciclos de uves dobles encadenadas. Lo importante es trabajar la seguridad y mantener la solidez, algo que requiere estabilidad, concentración y foco.

Evidentemente todos los partidos se plantean para ganar, el deportista se pone en marcha para la victoria y se entrena para ella al igual que en la empresa, donde se trabaja para alcanzar el objetivo propuesto.

Cualquier directivo se enfrenta a la adversidad y su gestión no está exenta de las coyunturas externas desfavorables que puedan aparecer. Cuando las cosas van bien, cuando todo rueda, parece que el mal liderazgo pasa más desapercibido, pero en los momentos en los que la situación se tuerce es cuando se echa en falta a los buenos líderes, que se definen por su capacidad de reaccionar con coherencia y responsabilidad.

Esto significa que se han de vivir las situaciones adversas con mesura para reconducirlas, en caso contrario las estropearemos al abordarlas desde una óptica desorbitada. La toma de distancias es necesaria y el alejarse es vital para volver a acercarse con la mente sana, limpia e impedir que nos enredemos más en el problema en lugar de avanzar en la búsqueda de una alternativa y trabajar la solución.

¿Qué se espera del líder en situaciones adversas?

  • Que destierre del equipo los recuerdos negativos.
  • Que no se enrosque en la situación de derrota o pérdida, sino que se proyecte hacia la mejora.
  • Que su comunicación no sea destructiva, sino constructiva.
  • Que comience por establecer un diálogo interno positivo para poder abordar con el equipo la situación desde el equilibrio y la serenidad.
  • Que sepa separar los resultados del trabajo y del esfuerzo. A veces los resultados no son los mejores, pero eso no significa que seamos los peores.
  • Que sea capaz de reorientar sus decisiones integrando todas las perspectivas posibles.

Si, como afirmó el poeta Horacio, el don de la adversidad es el de «despertar talentos que en la prosperidad hubiesen permanecido dormidos», quizá sea una oportunidad de poner a prueba nuestras capacidades e identificar los recursos con los que contamos.

 

© Helena López-Casares Pertusa