Cómo mamá da forma a tu liderazgo

Pino  Bethencourt | 22 de mayo de 2015

Lo sé. Lo sé. A ningún directivo ni empresario le gusta admitir que su madre sigue metiendo baza en lo que hace, y muchos menos en sus asuntos profesionales. De modo que no voy a discutir contigo. Sólo voy a contarte cosas interesantes al respecto, y luego podrás decidirlo tú: ¿Tu liderazgo es autónomo, o más bien es una enorme reacción a mamá?

El sábado pasado fui a montar como hago todas las semanas. Jesús Olmos, el campeón español que lleva la yeguada junto a su mujer Guiomar, se reiría mucho al leer estas líneas, porque debo admitir que la mitad de las veces que voy no me subo al caballo. Durante los primeros dos o tres años he achacado mis titubeos al miedo, pero últimamente empiezo a preguntarme si no será más bien otra cosa que me guía sobre lo que debo hacer en cada momento.

El caso es que ese sábado pasé a saludar a todos los caballos de la yeguada, como hago siempre, con especial énfasis en ver cómo estaban los dos potros que acababan de destetar el día anterior. Habían dejado a las madres en el campo y llevado a los dos potros de un año a un box amplio. Cuando me asomé a verlos el estrés en sus caras me cortó el aliento. Se me puso al revés la tripa y noté que el diafragma, ese músculo tan crítico que tenemos bajo el corazón y los pulmones con forma de paraguas, se me endureció como si me lo hubiesen congelado. Me dije a mí misma que esto no era asunto mío y me dirigí a preparar a mi caballo, pero Geranio se mostró inquieto, rebelde y casi insistente en quitarme la idea de la cabeza. Finalmente cedí a las múltiples sensaciones que me llegaban y volví al box de los potros.

Como también me ha ocurrido ya tantas veces, pensé que yo iba a consolar y relajar un ratito a los potritos, y al final la consolada y ayudada fui yo. Porque ese rato de acompañamiento silencioso me volvió a enseñar lo importante que es la separación de la madre para los caballos, los mamíferos en general, y los humanos en particular. Los psicólogos dicen que es el primer gran duelo en la vida, puesto que pasamos de ser el centro del universo que comprendemos, es decir, la vida de mamá, a un segundo plano más o menos lejano. Ya sea porque llega otro hermano, o porque mamá tenga que trabajar, o por las miles de circunstancias modernas que separan a los bebés de las madres.

Algunos expertos defienden que lo ideal para el cuerpo humano del bebé es estar pegado al cuerpo de su madre físicamente las 24 horas del día durante los primeros tres años de vida. Los pueblos indígenas de antaño así lo hacían, invitando al bebé a separarse él de su madre a ratitos cuando se sintiese confiado, hasta que finalmente la diversión de jugar con otros niños superase con creces el miedo y la pena de soltar su zona de confort, hasta olvidarla por completo.

Pero hace ya varios siglos que la civilización y el progreso pusieron fin a esta práctica. Entre las nodrizas de los ricos, que aliviaban a las madres del trabajo del bebé, y las miles de cosas horribles que sufrían los pobres, obligados en algunos casos a abandonar directamente a su cachorro humano, lo de los tres años nos suena ahora a estupidez primitiva, y nos creemos todos muy por encima de ese famoso duelo tan primario que describen los expertos.

Como los bebés no hablan, al igual que los pobres caballos, no pueden decirnos lo mucho que les duele y les asusta que los separen del cuerpo de mamá. Para el cuerpo humano recién nacido estar en contacto físico con su madre equivale a tener los pies en el suelo: está seguro. Toda separación física, por el contrario, se siente como estar flotando en el aire, enfrentado a la muerte segura que supone la inminente caída al vacío.

En nuestra sociedad actual el médico se lleva al bebé para pesarlo nada más salir del vientre materno. Primer trauma de separación. Luego se lo llevan las enfermeras a bañarlo y lo meten en una cubeta de plástico de la enfermería con otros niños. Segundo trauma se separación. Y luego ya las madres siguen repitiendo las separaciones sin pensarlo dos veces porque es lo que les decimos que deben hacer. Después de todo llevamos muchas generaciones haciéndolo así y si se ha muerto alguien del susto, lo hemos achacado a otros motivos más evidentes.

“¿Qué tiene que ver todo esto con mi liderazgo?”, estarás pensando tú. Pues mucho. Porque si tu separación de tu madre fue progresiva y relajada al uso indígena original, probablemente estés corriendo ahora mismo en taparrabos por la selva y no sepas leer. De modo que si me lees ahora, tu separación no fue así de ideal. Fue civilizada, progresista, intelectualmente superior y emocionalmente amordazada. Cada vez que chillaste o protestaste te mandaron callar. Y por ello, no sólo sufriste varias experiencias de separación brusca y dolorosa, sino que encima nadie te dejó llorar por ello.

¿En qué se nota este duelo antiguo sin llorar? Para empezar se ve en las ambiciones desbordadas. Soñar con llegar a lo más alto se parece peligrosamente a soñar con llegar de nuevo el cuerpo de mamá. Aquí ya hemos descrito a más de un político, varias divas artísticas o musicales, y otros tantos empresarios galácticos. Se pasarán la vida insatisfechos con cualquier logro que tengan, y siempre querrán más popularidad, más atención mediática, más cercanía al centro del universo que perdieron muy demasiado rápido.

Para seguir se delata en comportamientos crónicamente insatisfechos y quejicas. Nuestras múltiples decepciones con la falta de reconocimiento que sufrimos en nuestras empresas o en nuestros mercados. También se plasma en nuestros miedos con respecto a la abundancia de la vida, tan obvia en la enorme importancia que le damos hoy día al dinero, y a trabajar duro para que no nos falte nada en el futuro. Los ejecutivos más relajados con respecto al futuro, menos obsesionados con lo malo que puede pasar, y más cercanos y amigables, suelen ser líderes más agradables y fáciles porque la primera lideresa de su vida no los dejó colgados sin querer. Y curiosamente, la vida, los negocios y el dinero les tratan con cariño.

Nuestra situación global, actual, finalmente, también grita a los cielos nuestro duelo sin procesar como especie. No sólo no reconocemos ni buscamos a nuestra primera gran Madre Naturaleza, sino que la tratamos a patadas: basura, sobre-explotación, matanzas y maltrato de animales salvajes sin ningún reparo. Es como si estuviésemos tan enfadados con nuestras madres por no habernos dedicado más atención y cariño, que no podemos dejar de darle patadas al planeta que, como una madre, nos sigue dando de comer a pesar de nuestra aparente indiferencia engreída de niños crueles con nuestro enfado.

Los potritos de la yeguada se han pasado el fin de semana llorando por sus mamás. Han pateado incansablemente alrededor del box y se han peleado entre ellos para calmar la ansiedad y el dolor de no poder volver hacia el pecho caliente y el alimento del alma que era su madre. Nadie les ha impedido completar su duelo, y los que nos hemos acercado los hemos escuchado y consolado lo que hemos podido.

Los ejecutivos de hoy, sin embargo, no tuvimos tanta suerte. Y mientras no expresemos y liberemos esas viejas heridas, nuestro liderazgo seguirá siendo una reacción inconsciente a lo que nos faltó demasiado pronto en la vida. Nuestra gestión de riesgos pecará de excesiva prudencia. Nuestra gestión de subordinados acallará toda expresión de emoción para que no nadie nos recuerde ese dolor tan grande que llevamos tan dentro…tan profundamente escondido y amordazado que ni siquiera nosotros mismos lo recordamos ni admitimos. Y por si fuera poco, seguiremos repitiendo esta total falta de comprensión con nuestros propios hijos.

Todas las primeras esculturas de la humanidad eran deidades femeninas. Sin excepción. En todos los rincones del planeta los humanos evolucionaron en total y completa complicidad con sus madres, y en consecuencia, su relación con el Universo seguía siendo una entrega confiada a una abundancia que sin duda llegaría. Quizás te parezca que eran ignorantes y brutos. Yo encuentro que tenían una sabiduría de la vida y un amor por el entorno natural que los rodeaba dignos de estudio.

Lo mejor que puedes hacer después de leer este artículo es encontrar un rato privado de silencio y reflexionar sobre lo que te falta en la vida. El silencio, la reflexión y el permiso para sentir lo que sea que surja de nuestros adentros es el camino más corto hacia un nuevo liderazgo sostenible, confiado, relajado y feliz.

Y no. No he dicho que sea el camino más fácil. Es que es el único, en realidad. Lo demás son rodeos sin destino. Es un camino de enfrentamiento al dolor de hace mucho tiempo, de aceptación del miedo que te acompaña desde quién sabe cuándo, y de entrega a la rabia y la impotencia que ahora sueltas con quien menos quieres en cuanto te despistas. Es el camino de los nuevos líderes del mañana, el que integra la inteligencia moderna con la sabiduría antigua, llevándonos a todos a una nueva era radicalmente nueva.